Monday, April 16, 2007

Un llamado de esperanza

Jesús y Juan el Bautista iniciaron sus prédicas llamando a la conversión, a un cambio interior de las personas. Ese pueblo seguidor de Jesús en su mayoría -si no todo- debía haber aceptado el llamado de conversión y haber aceptado a Jesús como su Mesías y Salvador. En esa situación, y mientras la muchedumbre le seguía, Jesús decide, desde el monte, dar aliento a su pueblo y proclama las bienaventuranzas, como un llamado de esperanza y aliento dirigido a los olvidados de este mundo y especialmente a los marginados de su pueblo. Este llamado es realmente una buena nueva, es lo máximo para el cristiano, es sencillamente plenitud de vida.

Con las bienaventuranzas Jesús recoge y ordena las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham, ampliándolas no solo a la Tierra Prometida, sino al reino de los cielos.
Sin abolir la ley, Jesús da un nuevo mensaje a sus seguidores, hace una promesa, pero dejando ver en ella, la necesidad de un cambio interior. En este cambio, se pone de manifiesto la grandeza de Jesús, percibiéndose en Él, su gran amor y caridad. Con Jesús, se abre una nueva era, donde el premio no es la tierra como tal, sino el reino de los cielos.

En el nuevo testamento el hijo de Dios no suprime ni añade nuevos mandamientos, sino que enseña en las bienaventuranzas la manera de vivir los diez mandamientos. Las bienaventuranzas son un refrescante mensaje de esperanza y felicidad, principalmente para los desposeídos.

Las bienaventuranzas ofrecen consuelo, aliento y sobre todo felicidad, no por las riquezas materiales, sino por las condiciones espirituales y humanas. La primera de las bienaventuranzas es “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Luego, y en orden siguen: bienaventurados los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz, los perseguidos por causa de la justicia; los que injurien, persigan y digan con mentiras toda clase de mal contra vosotros por mi causa.

Muchos de los términos utilizados por Jesús, para identificar a los bienaventurados, han sido en muchas ocasiones mal interpretados o mal aplicados, y de ellos el que más resalta en ese sentido es el que se refiere al “pobre de espíritu”. Muchas de las personas socialmente pobres no cumplen con la condición de ser pobres de espíritu, porque son arrogantes, soberbios, porque no demuestran amor al prójimo, porque no han asimilado la necesidad de Dios. El pobre de espíritu debe ser sencillo de corazón, debe ser reconocido por su nobleza, por el amor a Dios y por su entrega a los demás.

Ser “pobre de espíritu” debe ser una condición esencial, propia e incuestionable, que adorne a cada uno de los bienaventurados. Es inconcebible un bienaventurado que no sea “pobre de espíritu.” Son muchos los ricos que son pobres de espíritu y mucho más, los pobres sociales o marginados, que, a pesar de todo, son ricos en amor y en esperanzas, por la gracia y la virtud de ser pobres de espíritu.

Las bienaventuranzas nos han de conducir, pobres sociales o ricos materiales, a entregarnos en cuerpo y alma, al ejercicio pleno del único mandamiento que nos dejó Jesús: “Amaos los unos a los otros”; amor a Dios, amor al prójimo, y amor a uno mismo. Esta entrega y disposición nos permitirá adoptar una nueva visión de los mandamientos, que se convierten así en bienaventuranzas y, como consecuencia, en la fuente inagotable del amor recíproco.
Como de costumbre queremos compartir hoy nuestra breve composición con referencia a este tema.

Si la bienaventuranza es vida en el cristiano, y, además, Jesucristo es su tesoro¿qué más puede pedir un ser humano si teniendo a Jesús lo tiene todo?

http://listindiario.com
firma:Rafael Cepeda Caraballo

1 comment:

Anonymous said...

Hermosa reflexión
Un saludo fraterno desde Buenos Aires
Daniel